Casualidad, sincronicidad o destino

1. Me acaban de contar que una pareja de amigos rompe y al cabo de escasamente media hora veo en la televisión las estadísticas, los datos y los costes de los divorcios en España, y el proceso a seguir. Me sirve para pensar lo mal que están a punto de pasarlo dos personas que quiero. 2. Un amigo me cuenta que está cansado de su trabajo y, más tarde ese mismo día, me vuelve a llamar y me cuenta que acaba de recibir una llamada de un antiguo jefe (me jura que sin él buscarlo sino más bien como por arte de magia) ofreciéndole otro empleo, e incluso al día siguiente recibe otra oferta de un compañero con la que conseguiría cambiar de estilo de trabajo. Me sirve para pensar sobre si ha sido suerte, si han sido las ganas de mi amigo, o si ha sido el destino. Y más, y más, y más...

Ya hemos comentado aquí más de una vez el tema de las casualidades. Habrá quien crea que son sencillamente eso: coincidencias, fortuna, una simple concurrencia dentro del caos. Habrá unos que las achaquen a una causa concreta física y explicable. Pero para otros la explicación sería que tienen algo que ver con el destino o que buscan satisfacer cierto objetivo divino o supremo. O en cambio, ¿podría ser que ni siquiera existen, y que somos los propios humanos los que nos encargamos de atar cabos artificiales para unir los hechos y crear la coincidencia?

Personalmente hay veces que esas coincidencias de hechos me superan. No tanto porque esa casualidad me afecte a mi vida habitual, sino más bien por el cómo, el dónde y el cuándo se producen. Y como digo, a veces me desborda, y es entonces cuando incluso pienso que esas casualidades, desde la más llamativa hasta la más nimia y pequeña, encierran parte del sentido de la vida. Porque luego pienso que es como si la propia vida, no ya la nuestra sino la existencia total, sea quien sea su jefe (Dios, el demonio, el que lanzó el Big-Bang, el creador de Matrix, ¡quien sea!, o nadie...) quiere decidir por nosotros qué rumbo debemos tomar, y para ello nos manda señales. Y entonces me siento pequeño y minúsculo. Microscópico. Y me entra un escalofrío por el cuerpo. Sí, de esos que entran cuando reflexionas sobre la muerte y sobre que después de esta vida quizá no haya nada.

A veces me gusta tener estos pensamientos, creo que es bueno y saludable. Porque me alejan un poco del día a día, porque me evaden un poco de la materialidad y de los constantes estímulos externos. Pero otras veces no. Otras veces digo que no quiero y digo que prefiero mantener los pies en el suelo. Y la mayor parte de las veces lo consigo refugiándome en la lectura -"Céntrate en leer, tú sólo céntrate en leer"-. Y hablando de leer, que es de lo que, entre otras cosas, supuestamente va este blog, creo que de una vez por todas debería leerme el libro que me recomendó Filos: "Sincronicidad" de Peat David. Hace ya mucho que lo tengo pendiente. Últimamente dejo muchas cosas pendientes. Eso también me da qué pensar, pero esa ya es otra historia…

2 comentarios:

  1. Hay un dicho, según el cual, el maestro aparece cuando el discípulo está preparado.

    Pues bien, algo parecido ocurre, en general, en la vida. Ciertos hechos se producen cuando se dan las condiciones propicias para ello.

    Yo creo que algo de esto se da también en el fenómeno de la sincronicidad, la casualidad...

    Una reflexión muy interesante la tuya, aunque pese al escalofrío es bueno y necesario resituarse en la vida y salir de la cotidianeidad para poder ver las cosas con otra perspectiva.

    Saludos cordiales.

    Filos.

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  2. Eso de un amigo,que mal suena

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