Betsy Ross

Una de las cosas buenas que tienen las reuniones o las comidas familiares, además de que tu madre te calce unas espléndidas anchoas albardadas y un chuletón de cojones, es compartir los recuerdos: los de la infancia o los más recientes, los buenos e incluso los malos. Todos son importantes. Porque nuestro pasado no es otra cosa que recuerdos y porque sin ellos no somos nada. Pero afortunadamente en esta reunión a la que me refiero tocó un recuerdo de los buenos. En la televisión daban una noticia -no sé muy bien cuál, pero no importa- sobre EEUU, ilustrada con las típicas imágenes de Washington o Nueva York. A alguno se nos debió de encender entonces una chispa y comenzamos a rememorar el viaje que hicimos hace ya casi un par de años a la costa Este de aquel país y concretamente la escapada de dos días que hicimos para visitar primero la monumental Washington y posteriormente la histórica Philadelphia. Muchas fueron las cosas llamativas que pudimos ver en aquellos dos días y, aunque no fue la que más me impactó, quizá la que recuerdo de una forma más entrañable es la visita que hicimos a la que fuera supuesta vivienda de Betsy Ross.

Patio de entrada a la vivienda de Betsy Ross. Fuente: Yo

Esta norteamericana de origen cuáquero nació allá por 1752 en la propia ciudad de Philadelphia, y con 24 años fue testigo en 1776 de la proclamación de la Independencia del país así como del consiguiente estallido de la Guerra de Independencia, de las que se convertiría en protagonista secundaria y cuyas acciones durante aquellos años han llegado incluso hasta nuestros días. Y es que a Betsy Ross, que se dedicaba a la costura y la tapicería, se le atribuye el diseño y la confección de la bandera de Estados Unidos: “The Star-Spangled Banner”, que también da nombre al himno del país y que, con algunas pequeñas y periódicas modificaciones, se ha mantenido hasta el día de hoy.

Se cuenta que el propio George Washington acudió a la vivienda de la señora Ross, convertida ahora en uno de los lugares turísticos de la ciudad, para pedirle que confeccionara la bandera del nuevo país en base a un diseño suyo previo. La bandera resultante contaba con 13 estrellas (sobre fondo azul, y al principio colocadas en círculo) y 13 barras (7 rojas y 6 blancas) representando ambas a las 13 colonias o estados que inicialmente se independizaron de los británicos. Con el paso del tiempo y la independencia y unión a Estados Unidos de más colonias, se fueron aumentando paulatinamente las estrellas de la bandera, hasta llegar a día de hoy a las 50 que representan a los 50 estados, siendo Hawai el último que se unió en 1960.

Foto de la bandera expuesta en la vivienda de Betsy Ross. Fuente: Yo

Los Soprano

Estoy muerto de sueño. Anoche estuve dando vueltas en la cama durante casi dos horas hasta que conseguí dormir, pensando en cómo lo habría hecho yo, preguntándome por qué así, decidiendo si me había gustado o no. Y luego la inquietud, o más bien la tensión, me ha hecho despertarme 3 o 4 veces a lo largo de la noche. Y todo porque no conseguía quitarme de la cabeza el final de Los Soprano. Y es que ayer lo vimos por fin. Nos habíamos dejado reservados los 3 últimos para verlos seguidos en una sesión, para meternos bien en la historia antes de paladear el final. El amargo, aunque dulce, e incluso salado final.


No es que Los Soprano sea una serie que se caracterice por su dinamismo o su acción. De hecho, los capítulos iniciales -casi la primera mitad de la primera temporada- cuestan un poco. Es en general una serie "de digestión lenta", como dice mi colega Molain. De esas que poco a poco te van dejando poso, que necesitan ir madurando capítulo a capítulo, para poder así conocer e incluso comprender a los personajes. Y creo que ese, junto con la ambientación y el realismo de la trama, es precisamente el punto estrella de Los Soprano: sus personajes. Empezando por Toni y siguiendo por toda su familia y sus capitanes: el leal Silvio, el conflictivo Christopher, el miserable Poli o el buenazo de Bobby. ¿Y como es posible que te acaben cayendo bien tales sinvergüenzas? Por eso, porque la serie consigue que te identifiques con ellos, que les entiendas, y que incluso, a pesar de sus detestables crímenes, a veces les justifiques. Porque a lo largo de toda la serie, no solo da tiempo a ver sus fechorías, sino también a descubrir la parte humana de todos ellos (o al menos de los que la tienen). Esa es la razón principal por la que creo que son mejores, y disfruto más, con las series que con las películas. Porque dan la oportunidad de profundizar más, de cogerle más el gusto. Son quizá en ese sentido más parecidas a una novela.

Y así, ayer, después de toda esa cocción a fuego lento de las 6 temporadas, llegó el momento del fin. Durante esos 2-3 últimos episodios se fue disponiendo todo, de forma que minuto a minuto fue subiendo la tensión. Cada vez más, cada vez más y más, e incluso me vi inconscientemente obligado a suspirar varias veces. Hasta que finalmente, con la emoción a flor de piel, el corazón a mil por hora y los ojos humedecidos, me dije: "ya está, ya llega". Un final que, cuanto más lo pienso, más perfecto me parece. Ahora ya comprendo que Los Soprano no podía acabar de otra forma.

He hablado con varias personas que la han visto y para casi todos es la mejor. Eso también me lo preguntaba a mí mismo ayer en la cama ¿la mejor? ¿Mejor que Fringe o Hermanos de Sangre? Ummm, bueno, cada una tiene su estilo y su momento. Pero vista en su conjunto y el "vacío interior" que me ha quedado al terminar, diría sin duda que sí. La mejor.