Dicen que ser positivo u optimista tiene innumerables beneficios para la salud y la vida diarias. Aquel que encara la vida con una sonrisa, con esperanza y con una predisposición a que todo salga bien, tiene la mitad del trabajo hecho para cumplir con sus objetivos y sus retos. Las curas de las enfermedades, los postoperatorios y las recuperaciones de determinadas tragedias siempre son muchos más sencillas y llegan a mejor puerto para aquellas personas que se enfrentan a ellas pensando en que todo saldrá bien. Incluso recientemente leí en Genciencia que algunos estudios estiman que la gente pesimista puede ver reducida su esperanza de vida en un 19% frente a la gente optimista.
A nivel de toda la humanidad, este positivismo también ha sido muy importante a lo largo de toda la Historia. Como dice Eduardo Punset en "El Viaje al Poder de la Mente", ¿cómo es posible que los ciudadanos europeos hayan podido continuar con sus vidas y no derrumbarse ante las estremecedoras Guerras Mundiales que les tocó sufrir durante el siglo XX? ¿cómo es posible que los rusos no echaran todo por la borda y dejaran de darle sentido a la vida después de vivir las barbaridades de un tal Stalin? Y así más y más atrás en el tiempo hasta nuestros más lejanos antepasados que debieron sobrevivir a indescriptibles penalidades: furiosas heladas, pandemias de enfermedades mortales... Incluso nosotros hoy en día, viendo este pasado sobrecogedor... ¿cómo podemos seguir viviendo con normalidad y no pensar en que estas desgracias puedan volver a suceder? Pues seguramente es gracias a un optimismo natural del hombre que siempre tiende a pensar que los malos acontecimientos no van a sucederle a él (el soldado en la guerra piensa que él no recibirá el disparo, el trabajador en época de crisis cree que él será el último en perder el empleo, etc.).
La semana pasada leí una novela que destaca por su marcado carácter optimista: "La Estepa Infinita" de Esther Hautzig. Se trata de un relato autobiográfico en el que la autora narra sus experiencias de cuando era una niña y vivía en Polonia, y fue arrestada por el ejército ruso y deportada, junto a su familia, a Siberia. Allí, con unas condiciones de vida y de trabajo miserables y de extrema pobreza, y en medio de una naturaleza y meteorología tremendamente hostil y extrema, la pequeña Esther, gracias a sus ganas de vivir, consigue no sólo sobrevivir y ayudar a su familia, sino incluso disfrutar de su nueva vida y su nueva tierra, y salir adelante de forma exitosa.
Verdaderamente los acontecimientos tristes, perversos y aciagos, son tan malvados que acaparan mucho nuestra atención cuando suceden, pero en realidad, si nos paramos a pensarlo, por cada circunstancia nociva se producen en el mundo cientos de hechos maravillosos, miles de sucesos agradables, buenos y felices. En varios puntos concretos del mundo suceden constantemente hechos infelices que "arman mucho ruido", pero el resto de la existencia, la mayor parte de ella, transcurre en una feliz armonía: los bellos paisajes, nuevos amores que se crean, amistades que se afianzan, risas, alegrías. Así que procuremos echar una sonrisa a la vida, hacer como Esther y encarar las cosas con optimismo, y disfrutar de todos esos acontecimientos felices que la vida, el mundo y el universo en su conjunto nos brindan a cada instante.
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