Hace pocos días leí la noticia de que se había publicado la adaptación en cómic de la novela "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" de Philip K. Dick. El dibujo del cómic parecía de lo más atractivo, a la vista del par de imágenes que colgaron junto a la noticia, pero sin duda, lo más interesante de la adaptación será ver cómo consigue reproducir las profundas ideas que el autor estadounidense plasmó en la novela, y que ya fueron llevadas con éxito al cine gracias a la película Blade Runner.
Dirigida por Ridley Scott y considerada un película de culto y una referencia básica para los amantes de la ciencia-ficción, Blade Runner está basada también en la misma novela de Dick, y a pesar de que la adaptación no fue todo lo fiel que algunos querían, ambas comparten una interesante idea y ambas dan pie a una reflexión profunda acerca de la naturaleza humana: ¿qué es lo que nos diferencia de las máquinas o las computadoras? ¿pueden éstas sufrir y sentir como nosotros? y en definitiva ¿qué es lo que realmente nos hace humanos?
Al principio la respuesta parece fácil, incluso obvia: nosotros estamos hechos de carne y hueso y en cambio las máquinas o androides son de metal u otros materiales artificiales; o bien que nosotros podemos pensar y ellos no. ¿Pero es tan sencillo? Los imparables avances científico-tecnológicos son capaces de simular, cada vez con más precisión, la estructura y el material corporal humanos, y no nos encontramos lejos de replicar artificialmente la regeneración celular. En cuanto al pensamiento, la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados; los ordenadores cada vez tienen una mayor capacidad de procesamiento y empiezan a ser capaces de aprender de sus decisiones anteriores y a modelar sus respuestas futuras en función de su experiencia acumulada. Parece por tanto que estas cuestiones no nos diferencian tanto como humanos -o al menos dejarán de hacerlo pronto-.
Otras características que creíamos que nos hacían humanos, y que nos diferenciaban por ejemplo de otros animales, eran nuestra capacidad de fabricar y utilizar herramientas -característica que han echado por tierra ya los chimpancés al demostrarse también capaces de ello- nuestra capacidad de tomar decisiones basadas en la razón -aunque ahora ya sabemos que la mayoría de nuestras decisiones las tomamos basándonos en el subconsciente- o el tamaño de nuestro cerebro -se sabe ya que tampoco es determinante; los Neandertales lo tenían más grande y sin embargo no estaba bien aprovechado-.
Algunos estudios científicos recientes apuntan a la empatía como particularidad diferencial en los seres humanos. Nuestra capacidad de entender los sentimientos del prójimo, ponernos en su lugar y compartir sus emociones. Y bien es cierto que parece difícil creer que esta cualidad pueda ser imitada por los futuros androides o "replicantes" que anden entre nosotros dentro de unos cuantos años. En su último libro "Excusas para no pensar", Eduardo Punset comenta que la clave para el desarrollo de esta empatía fue nuestra capacidad para cocinar. Esto nos ayudó a conservar la comida, hacernos sedentarios, y en último término a desarrollar un sentimiento de respeto hacia la comida -y las pertenencias- de los demás, lo cual constituyó la raíz de nuestra empatía y por tanto nuestra singularidad humana.
Ciertos o no, la verdad es que todos estos estudios y teorías parecen a veces sacados de la ciencia-ficción (y no al revés), y en ocasiones cuesta creerlos o comprenderlos. En cualquier caso lo que sí son, sin duda, es un buen motivo para la reflexión. ¿Qué es lo que verdaderamente nos hace humanos? ¿Es posible que el límite entre lo humano y lo artificial sea cada vez más difuso? ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario