
Para situarnos: El siglo V antes de nuestra era es considerado como el de mayor actividad bélica y a la vez mayor esplendor de la antigua Grecia. En relación a lo primero cabe decir que por un lado la primera mitad del siglo la protagonizaron las Guerras Médicas, que enfrentaron a los griegos y los persas y en las que destacaron las famosas batallas de Maratón, las Termópilas, Salamina o Platea. Por otro lado, ya vencidos los persas y situándonos casi a finales de siglo, se produjo la Guerra del Peloponeso, en la que básicamente se vieron las caras Atenas (liderando la Liga de Delos) y Esparta (liderando la Liga del Peloponeso).
Pero en contraste a tanta guerra, en el siglo V a.C. también se produjo un periodo de estabilidad y prosperidad. A este periodo se le denominó como “Pentecontecia” y se prolonga desde la victoria de los griegos sobre los persas en la Batalla de Platea hasta el inicio de la Guerra del Peloponeso. Esta Pentecontecia se caracterizó por ser el inicio del momento de mayor esplendor de la antigua Grecia y concretamente de Atenas. Un esplendor económico-comercial gracias a la superioridad de Atenas en el mar y a sus buenas relaciones diplomáticas, un esplendor en la ciencia, la cultura y el pensamiento gracias a Sócrates, Herodoto, Hipócrates o Platón y por último un esplendor en la política gracias a Pericles.
Yo personalmente conocía a Pericles “solamente” por ser el iniciador de la democracia, el que primero la instauró de forma práctica en una Ciudad-Estado importante y, se puede decir, que el que primero la elevó a su máximo exponente. Pero estos días he descubierto que además de esto Pericles realizó un cambio de imagen en Atenas.

Bueno, en definitiva, que he aprendido una nueva regla de tres estos días: Vespasiano es al Coliseo como Pericles al Partenón.
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